En el alba de la era de la salud digital, nos encontramos en una encrucijada sin precedentes. La salud digital prometía ser el puente entre la medicina y la gente, un medio que democratizaría el acceso y personalizaría la atención. Sin embargo, la senda que hemos tomado, en ocasiones, nos ha alejado del propósito primordial: salud digital para el ser humano.
El paisaje de la salud digital ha experimentado una metamorfosis acelerada, impulsada por avances tecnológicos asombrosos. Desde aplicaciones que monitorizan en forma permanente e inadvertidamente nuestras constantes vitales hasta algoritmos que pueden predecir afecciones aún antes de que se manifiesten. Pero, ¿hasta qué punto hemos dejado que la sed de innovación opaque la verdadera esencia de las ciencias de la salud? La Salud, antes que una ciencia o una serie de algoritmos, es un arte, el arte de cuidar al ser humano.
El error que cometemos con frecuencia es pensar en la ciencia de la salud como una carrera hacia el siguiente gran descubrimiento, motivados por premios, reconocimientos y, en ocasiones, beneficios económicos. Pero, ¿y si esa carrera frenética nos está llevando, inadvertidamente, lejos de aquellos a quienes queremos servir?
Recordemos la voz temblorosa de una persona que nos comparte sus miedos, la mirada esperanzada de una madre que busca respuestas, o el deseo implícito de un anciano que solo quiere ser escuchado. Detrás de cada dato, gráfico o código, hay un ser humano anhelando conexión, comprensión y cuidado.
Las innovaciones digitales en salud son herramientas, no sustitutos. No podemos permitir que la promesa de un futuro digital nos desconecte de la humanidad inherente en nuestra labor. Escuchar activamente, entender las emociones, reconocer la singularidad de cada individuo y sobre todo la voluntad de cada persona, debe ser el núcleo de todo lo que hacemos.
No es suficiente con desarrollar la próxima aplicación revolucionaria o sistema de inteligencia artificial si estos no reflejan las verdaderas necesidades y deseos de la gente. Es crucial que dejemos de ver a las personas como simples usuarios y los reconozcamos como seres humanos con historias, esperanzas y sueños.
Es hora de una introspección colectiva. ¿Estamos haciendo ciencia para recibir aplausos efímeros y premios relucientes? ¿O estamos realmente comprometidos con el mejoramiento de la humanidad, con cada persona que confía en nosotros en sus momentos más vulnerables?
Hagamos ciencia, sí, pero humanamente. No porque el mundo esté mirando y esperando nuestro próximo gran avance, sino porque, en algún lugar, hay alguien esperando que le ofrezcamos esperanza, alivio o simplemente una mano amiga. La verdadera recompensa no se encuentra en un podio ni en una portada de una revista científica, sino en el corazón agradecido de aquellos a quienes hemos servido.
En medio del vértigo digital, es vital recordar que detrás de cada número, cada estadística y cada diagnóstico, hay un rostro, una historia, un alma. Las personas, los pacientes, no son una entelequia distante o un concepto abstracto en un diagrama. Son nuestros padres, nuestros hijos, nuestros amigos. Son nosotros mismos en momentos de vulnerabilidad, esperanza y temor. Cada vez que hablamos de «pacientes», estamos refiriéndonos a los latidos de los corazones que amamos y a los ecos de nuestras propias experiencias. En la intersección de la tecnología y la Salud, nunca debemos olvidar que estamos tratando con el reflejo de nuestras propias vidas y las vidas de aquellos a quienes sostenemos cerca del corazón.
Que la salud digital sea el medio, pero nunca olvidemos que el fin, el verdadero norte, es y siempre será el ser humano.
Marcelo Carrascal
Ser humano
Foto de Jiroe (Matia Rengel) para Unsplash
