“Solo se puede mejorar aquello que se puede controlar. Solo se puede controlar, aquello que se puede medir” (G. Rummler).
Como médico gastroenterólogo, una de las preguntas que más escucho en la consulta, en el pasillo del hospital o en la cancha de fútbol 5 de los jueves, es acerca de los resultados de una colonoscopia: “Me hicieron un estudio y me sacaron un pólipo, ¿Cuándo tendría que hacerme un control?”. Siempre que alguien me plantea una duda como esta, trato de explicarle que para poder saber cuándo habría que hacer la vigilancia de una polipectomía, no solo necesito información sobre los antecedentes personales y familiares de la persona que pregunta, junto con el resultado de la anatomía patológica, sino que me es imposible realizar una recomendación sin tener datos de la colonoscopia en cuestión. “¿Fue un estudio completo?”; “¿El colon estaba limpio?”; “¿El pólipo se sacó entero o en fragmentos?”. Y cada vez que hago estas preguntas, me encuentro con que lo habitual es que la información no esté completa. Pero los pacientes y los colegas esperan de uno una respuesta. ¿O no?
Imaginemos que en el informe trimestral a los inversores de Microsoft, Satya Nadella tuviese que responder sobre los márgenes operativos de Azure sin los datos de las ventas; que Mark Zuckerberg no supiera cuál es el número de usuarios activos diarios de las apps de Meta; o que Marcos Galperín desconociera el porcentaje de envíos con demora de Mercado Libre. Pensar que en empresas de semejante calibre se tomen decisiones parcialmente a ciegas nos parece un tanto absurdo. Y, sin embargo, en el contexto de la salud de las personas, consideramos razonable aceptar estas situaciones casi a diario.
De la misma forma en que las empresas serias basan sus decisiones en los conocidos KPIs (key performance indicators o indicadores clave de rendimiento), existen parámetros concretos y objetivos para evaluar el rendimiento y los resultados de las actividades que realizamos en una organización que brinda servicios de salud. Hay guías, protocolos, estándares que nos dicen qué y cómo medir lo que hacemos, y así comprender un poco mejor nuestra realidad. Imagino que si hay alguien dedicado a gestión que esté leyendo estas palabras, pensará que no estoy contando nada nuevo. Y es cierto que en muchos aspectos, las organizaciones médicas han ido adquiriendo la cultura de medir ciertos parámetros con el fin de entender su estado de situación. Conocer el giro-cama de internación de un hospital, el ausentismo en las consultas o la demora en los turnos, son indicadores que no pueden ser ignorados por los tomadores de decisiones en una institución médica de calidad. Sin embargo, cuando dirigimos la mirada hacia la práctica clínica, me parece que la foto se torna un poco más borrosa.
¿Cómo sé que las colonoscopias que realizo sirven para prevenir el cáncer de colon?; ¿Mis informes de anatomía patológica son suficientemente completos para que otros profesionales puedan tomar decisiones?; ¿Tengo una tasa de complicaciones intra quirúrgicas dentro de lo esperable?; ¿Estoy prescribiendo antibióticos según las últimas recomendaciones o podría hacerlo mejor?
Este tipo de preguntas bien pueden ser respondidas gracias a los sistemas de información en salud con los que contamos al día de hoy. La historia clínica electrónica, los RIS y los LIS (sistemas de información de radiología y laboratorio respectivamente), la prescripción electrónica de medicamentos, los softwares para realizar informes médicos, son valiosas fuentes de datos que nos permiten calcular, estimar o medir lo que consideremos necesario para conocer cómo realizamos nuestra práctica médica diaria. Así, podemos tomar decisiones que busquen la mejor calidad de esos procesos, que en última instancia resultan en beneficios concretos para los pacientes, los médicos y las organizaciones de salud. El procesamiento del lenguaje natural y el desarrollo de la inteligencia artificial, dos de las nuevas estrellas del siglo XXI, pueden también hacer grandes aportes a este campo de la salud digital.
En mi acotada trayectoria como médico informático en Argentina, tuve la oportunidad de poder abordar esta temática trabajando para el Programa Nacional de Prevención de Cáncer Colorrectal del Instituto Nacional del Cáncer. Junto con un equipo de profesionales de la salud y desarrolladores nos propusimos modificar la plataforma del Instituto, el SITAM (por sistema de tamizaje), con el objetivo de registrar los datos necesarios para calcular los indicadores de calidad en colonoscopia del programa. Pensamos, desarrollamos e implementamos un sistema de reportería que permite al mismo tiempo elaborar de forma rápida, intuitiva y estructurada los informes de los estudios y, simultáneamente, calcular en forma automática los indicadores recomendados por las guías nacionales. Mediante el uso de esta herramienta, procuramos estandarizar los reportes, asegurándonos que todos los centros que participan del programa los redacten en forma completa y de manera uniforme; buscamos facilitar el trabajo de los endoscopistas y garantizamos la obtención de la información que necesitamos para tomar decisiones adecuadamente fundamentadas. Si bien obtuvimos una recepción positiva por parte de los profesionales y las instituciones, la adopción de la herramienta no resultó (ni resulta) una tarea sencilla. El principal obstáculo al que nos enfrentamos es la resistencia al cambio.
En la era de la información, no conocer con claridad lo que hacemos en nuestra práctica, resulta a mi entender uno de los grandes talones de alquiles de la medicina contemporánea. Datos no nos faltan, o si lo hacen es porque no los estamos registrando adecuadamente. Teniendo un arcoíris de herramientas digitales que nos permiten recabarlos y procesarlos, creo que es necesaria una reflexión profunda sobre la razón por la cual no aplicamos lo que en otros ámbitos es inconcebible que no se aplique. Los motivos seguramente son múltiples, y no tengo dudas que los de naturaleza económica deben tener un peso significativo. Sin embargo, en muchos casos, la resistencia al cambio nada tiene que ver con los números.
Modificar los hábitos y las costumbres arraigadas en el día a día de las personas es difícil, y si además sumamos el hecho que estamos midiendo su desempeño profesional, la calidad de sus reportes o los resultados obtenidos, la reticencia es aún mayor. Enfocarnos en educar acerca de la diferencia conceptual que existe entre la objetividad de una medición y la subjetividad de una evaluación o un juicio de valor es fundamental para lograr la adopción de nuevas tecnologías que permitan recabar información para tomar mejores decisiones.
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